Bye Bye Ríos

En la semana me llamó un amigo, me invitó al concierto de Miguel Ríos en el Auditorio Nacional el jueves por la noche. “Mmmmmm, Miguel Ríos, obvio me suena, pero sobre todo me suena a esa música de los 80, que ni en los 80 me gustó y menos ahora”, pensé. Mi amigo es chico de trova, la cual, por cierto detesto, me aburre y no entiendo, asumí que era algo así. Mi amigo me dijo que era la despedida de Ríos, no un concierto cualquiera. Dije: “sí, claro, vamos, ¿por qué no?”.

Pasó la semana y llegó el jueves en la noche, quedé de verme con él en el auditorio. Llegué antes que mi amigo y pude darme cuenta de la “banda” a la que le gusta Miguel Ríos.

“Órale, puro ruco”, había puro señor y señora cuarentona. Como si yo fuera una joven (tengo 35 años). Aquéllos eran mis contemporáneos, pero claro, yo no me siento ni de esa edad, y no me visto ni actúo como tal. No me siento parte de esa generación. “¿A qué me vine a meter?”, pensé. La gente que había es justo la que siento que me saca ronchas. Lo veía venir: un tipo cuarentón atrapado en el rock de los 80, cantando trova.

Que equivocada estaba, mi ignorancia acerca de Miguel Ríos era tal, que cuando llegó mi amigo y me dijo que el músico tenía 67 años, no lo podía creer. Realmente era su despedida, no como esos que dicen que se van y a los dos años sacan un disco de recopilación.

Entramos al auditorio, donde mi amigo se encontró a varios amigos. Todos mostraban el mismo entusiasmo que él por presenciar la despedida del gran músico. El que influyó en su juventud y que tantos recuerdos les trae. Me imaginé que a lo largo del concierto escucharía alguna canción que me recordaría una época de mi vida, aún cuando no supiera cómo se llamaba ni que era de Miguel Ríos. Mi curiosidad empezó a despertar. Mencionaron dos nombres conocidos: “A todo pulmón” y “Santa Lucía”.

El concierto empezó tarde, tuve la oportunidad de googlear quién era Miguel Ríos. Nació en el 44, debutó a los 17. En el sitio web decía que era el padre del rock en español, o sea, ¡le debemos tanto a este hombre! Eso me entusiasmó más “creo que si valió la pena venir” volvía a pensar. Estoy despidiendo a uno de los precursores del rock en español, del cual he de admitir que fui fan en los 80. Compraba todos esos cassettes en el mercado: Enanitos Verdes, Charly García, Hombres G, Kenny y los Eléctricos, etc.

El concierto comenzó; un gran repertorio, trompeta, saxofón, dos guitarras, bajo, batería, percusiones, etc. Se escuchaba bastante bien, siempre he sabido que los grandes cantantes tienen buenos músicos. Los aplausos aumentaron al verlo entrar. Un hombre de 67 años con muy buena pinta, delgado, pocas canas, buena actitud. Me emocioné, me dio ternura, admiración, su buena vibra llegó hasta mi lugar.

Mucha gente no conocía la primera canción, un segundo después comenzó otra que todos corearon. Había comenzado el verdadero concierto, mi amigo me dijo al oído que con esa canción abría todos sus conciertos. El público y Ríos gritaban «buenas noches bienvenidos hijos del rock & roll”, y en el coro decía «bienvenidos», y levantaba la manita al estilo de revolución. Todos repetían lo que él hacía.

Yo siempre he sido una persona rara, las expresiones abiertas no se me dan, me cuesta trabajo echar porras, cantar las mañanitas y aplaudir en los concierto. Creo que era la única que estaba ahí, parada, viendo el espectáculo, como si estuviera en una iglesia cantando Gospel sin entender ni pertenecer, sin embargo, disfruté ver cómo los demás sí se dejaban ir y comenzaban a disfrutar y vibrar al ritmo de cada rola.

Se echó cuatro canciones al hilo, obvio ni una me supe, pero el tipo tenía una voz espectacular, bailaba feliz como un niño. Me recordaba a esos bailes de papá que provocan pena ajena pero que él disfruta y acabas disfrutando tú. No tocó algún instrumento, pero sí simulaba que tocaba la guitarra, como cuando estamos solos y nos prendemos con una canción y la hacemos de guitarristas.

Al terminar la cuarta canción hizo una pausa. Yo tenía miedo de que le diera un paro cardiaco por la velocidad, baile y voz con la que cantó. Habló con el público, agradeció la presencia, muy simpático. Cómo me gusta escuchar a los españoles hablar, su acento, sus modismos, nada más escucharlos es toda una experiencia.

El concierto continuó; mil canciones más que yo ni idea, algunas que ni el público conocía. Me concentré en escuchar sus letras y mirarlo a él, contagiarme de su felicidad, tratar de imaginar lo que estaba él sintiendo por dejar atrás tantos años de carrera y despedirse de su público en otro país. A la hora con 45 minutos de haber empezado, se fue del escenario. El viejo truco de “ya me voy…”, pero claro, nadie se la cree. Actualmente ya no lo hacen tanto, pero sí sabes que cuando prenden las luces del recinto, eso sí se acabó de verdad.

En este caso fue obvio que Ríos salió a beber agua y a tomar aliento. La gente comenzó a corear «oe oe oe Ríos, Ríos» con todo el estilo futbolero. Esas porras universales y adaptables a cualquier ocasión. Regresó a los minutos con ganas de llorar, le impresionaba escuchar a todos corear su nombre, ni lo dejaban hablar.

Las letras de sus canciones son de protesta, humanas, sobre las debilidades del hombre y su búsqueda de sentido en este gran viaje que se llama vida, ése es su estilo. A su regreso recitó un poema a capella, obra de un poeta granadino contra de la guerra en Irak. Se fraternizó con los mexicanos ante la absurda guerra que vivimos, culpó a los dirigentes por no pensar en la vida humana. Obviamente se hicieron escuchar gritos de «pinche Calderón». El poema lo recitó con el corazón, lo gritó, lo vibró, y nos lo transmitió.

Al terminar el poema entró el pianista y comenzó la canción que sí conocía, al fin, algo que yo podía cantar, “A todo pulmón”. Obviamente no la canté, porque yo no canto, soy tan tiesa que me incomodo. No me sabía ni la rola, sólo sabía que la había escuchado muchas veces. La letra de esa canción me llegaba, no sé si es esta etapa de mi vida o el concierto que me había envuelto en el mood de frases como la que dice: «Qué difícil se me hace, mantenerme en este viaje, sin saber a dónde voy en realidad…que difícil se me hace, mantenerme con coraje…».

Todos cantaban como dice la canción, a todo pulmón, fue el éxtasis del concierto. Disfruté el momento, volteé alrededor y vi a la gente envuelta en una burbuja de sentimiento, todos ahí juntos, sintiendo lo mismo al mismo tiempo.

Ríos comenzó a entonar «Santa Lucía», otra canción que me sonó familiar. La gente seguía prendida, continuaron así como tres canciones más. Llegó la canción de «Bye Bye Ríos», una rolita sumamente pegajosa y simpática, como de Warner Bros al terminar una caricatura. Nunca la había escuchado antes pero me pareció sumamente ad hoc al concierto, al personaje y a su trayectoria. Sin embargo, ésta no fue la última, todavía regaló el «Himno a la alegría», muy a su estilo. Fue un canto congruente, legítimo, acorde con su trayectoria y vida, honesto y humilde.

Viví una montaña rusa de sentimientos, épocas y momentos. Viví su trayectoria musical en dos horas y media. Fue como haber ido a una obra de teatro donde te sumerges en el personaje y aun cuando no seas compatible con su estilo de vida o de música, te envuelve, te sientes parte, ríes, lloras y te involucras.

Valió la pena ir al concierto, valió la pena ir en contra de mis prejuicios y abrir la puerta hacia algo nuevo, algo que sin saberlo me sorprendió.